La vida (a lomos de una moto)
No existe el tiempo
Las naranjas se pudren
en el frutero de la cocina
de puro aburrimiento.
La memoria se ahoga
en los agujeros negros
que van brotando
al rum rum de una vida sistemática.
Todo es concurrente y
no es necesaria la espera.
Ahora, ayer o mañana:
no hay diferencia.
Sólo el espacio,
quiméricamente,
parece afianzarse como tal.
Espacios repletos de encinas
sobre un manto verde.
Aromas nuevos
que se alzan desde la tierra
y vagan por el aire.
El balido de un puñado ovejas...
La espera no es necesaria.
La vida (a lomos de una moto ) fluye
y el presente es eterno.
No es necesario esperar
para habitar el mundo,
y soñarlo,
sin descanso,
hasta que la luz deje de asistirnos.
Incluso cuando ya no esté aquella otra
que ilumina nuestras noches
justo al lado de la almohada.
No es necesario esperar para
oler el aire y sus matices,
ver con desacostumbrados ojos el espacio
y sus entrañas,
acariciar el apacible musgo
con la punta de los dedos
y tocar el agua,
emborrachar los oídos con el eco de los vientos
y seguir su rastro,
invisible,
por donde tiembla la hojarasca.
Inmóvil, pacífico, silencioso,
pero alerta,
con una rama de tomillo
o un tallo de hinojo
apenas apresado entre los labios.
(Zorromono)
Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Moderador: Zorromono
Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Última edición por Zorromono el Jue Sep 01, 2011 8:16 am, editado 1 vez en total.
Re: Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
La teta y la luna
“Quiero llegar hasta el cielo”.
Desde que recuerdo,
este deseo me ha poseído
y a su satisfacción
se han encaminado todos mis actos.
Me convertí en un avezado explorador de cielos.
Elaboré un mapa con los paraísos recorridos.
Dibujé, primero, una teta, mi pequeño sexo de infante, Adelita en pelotas...
luego mi poderoso cuerpo, esculpido y adánico, copulando con hermosas mujeres...
también pinté cálices de vino sobre alfombras de pétalos de rosas,
monedas de oro esparcidas a mi paso
y hombres vencidos a mis pies.
Esbozé, finalmente, una luna, tu pelo, tu pecho desnudo...
y abandoné, para siempre, la cartografía.
(Zorromono)
“Quiero llegar hasta el cielo”.
Desde que recuerdo,
este deseo me ha poseído
y a su satisfacción
se han encaminado todos mis actos.
Me convertí en un avezado explorador de cielos.
Elaboré un mapa con los paraísos recorridos.
Dibujé, primero, una teta, mi pequeño sexo de infante, Adelita en pelotas...
luego mi poderoso cuerpo, esculpido y adánico, copulando con hermosas mujeres...
también pinté cálices de vino sobre alfombras de pétalos de rosas,
monedas de oro esparcidas a mi paso
y hombres vencidos a mis pies.
Esbozé, finalmente, una luna, tu pelo, tu pecho desnudo...
y abandoné, para siempre, la cartografía.
(Zorromono)
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Re: Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Felicas fiestas a ti tambien...
Un abrazo
Un abrazo
Re: Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Septiembre próximo
Ha cambiado el tiempo.
Estos últimos días
de agosto
parecen
que anticipan un otoño prematuro.
Las mañanas son más frescas.
Lo noto en mi cuerpo,
que no suda como antes,
cuando pedaleo
desde mi casa
hasta la estación de tren.
Bajo de madrugada
a toda velocidad
por la amplia rambla flanqueada de palmeras
y el aire,
frío,
que me penetra por las mangas cortas de la camisa,
me estremece el cuerpo.
No llevo casco,
ni gafas de ciclista,
y el soplo turbulento,
como de ventilador,
que se crea a mi alrededor
me refresca las sienes
y el cuero cabelludo,
y me provoca,
en los párpados,
el nacimiento de pequeñas lágrimas.
Tímidos lloros que entorpecen mi vista
y me obligan
a secarme los ojos,
de vez en cuando,
con el dorso de las manos.
Ha cambiado el tiempo.
Se mueve.
Ya no es ayer
cuando a las 7 de la mañana,
en el horizonte de esta calzada solitaria
por la que hoy transito,
camino de la estación,
un sol enorme y rojo,
amanecía.
Hoy,
apenas si se notan ya,
al final de los extensos campos de maíz,
que separan el cielo de la tierra,
los reflejos rojizos de sus rayos.
Mañana,
a la misma hora,
ya será,
definitivamente,
de noche.
(Zorromono)
Ha cambiado el tiempo.
Estos últimos días
de agosto
parecen
que anticipan un otoño prematuro.
Las mañanas son más frescas.
Lo noto en mi cuerpo,
que no suda como antes,
cuando pedaleo
desde mi casa
hasta la estación de tren.
Bajo de madrugada
a toda velocidad
por la amplia rambla flanqueada de palmeras
y el aire,
frío,
que me penetra por las mangas cortas de la camisa,
me estremece el cuerpo.
No llevo casco,
ni gafas de ciclista,
y el soplo turbulento,
como de ventilador,
que se crea a mi alrededor
me refresca las sienes
y el cuero cabelludo,
y me provoca,
en los párpados,
el nacimiento de pequeñas lágrimas.
Tímidos lloros que entorpecen mi vista
y me obligan
a secarme los ojos,
de vez en cuando,
con el dorso de las manos.
Ha cambiado el tiempo.
Se mueve.
Ya no es ayer
cuando a las 7 de la mañana,
en el horizonte de esta calzada solitaria
por la que hoy transito,
camino de la estación,
un sol enorme y rojo,
amanecía.
Hoy,
apenas si se notan ya,
al final de los extensos campos de maíz,
que separan el cielo de la tierra,
los reflejos rojizos de sus rayos.
Mañana,
a la misma hora,
ya será,
definitivamente,
de noche.
(Zorromono)
Re: Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Octubre próximo
Pronto caerán
las hojas de los árboles
que alfombrarán de ocre
las aceras.
Con aire abatido,
escobajo en mano,
irán los basureros
por las calles grises.
Harán montones
amarillos
que serán desbaratados
por remolinos de viento.
E izada la hojarasca
del asfalto
se confundirá
con el vuelo de los pájaros.
Y recordaré los días
de instituto cogido de tu mano.
(Zorromono)
Pronto caerán
las hojas de los árboles
que alfombrarán de ocre
las aceras.
Con aire abatido,
escobajo en mano,
irán los basureros
por las calles grises.
Harán montones
amarillos
que serán desbaratados
por remolinos de viento.
E izada la hojarasca
del asfalto
se confundirá
con el vuelo de los pájaros.
Y recordaré los días
de instituto cogido de tu mano.
(Zorromono)
Re: Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Sombra
Al atardecer,
al comienzo de este mes de julio insólito
de suaves temperaturas,
y apacibles brisas
que templan y orean
los campos
y enmudecen a las chicharras,
los últimos rayos
del sol de poniente
acarician mi espalda
y proyectan sobre el camino
de tierra compactada
mi propia sombra alargada.
La miro, fascinado,
y la sola idea de alcanzarla,
imprime a mis piernas
un extra de fuerza.
Me yergo sobre el sillín
y persigo la imagen gigante
de mi cuerpo
aplastado sobre el camino,
que se balancea,
acompasado y elástico,
a uno y otro lado
de la línea bisectriz de mi bicicleta.
Un golpe de pedal,
otro,
uno y otro más, ...
a mi alcance está,
ahora la rebaso,
justo cuando el sol,
detrás de mí,
desaparece.
(Zorromono)
Al atardecer,
al comienzo de este mes de julio insólito
de suaves temperaturas,
y apacibles brisas
que templan y orean
los campos
y enmudecen a las chicharras,
los últimos rayos
del sol de poniente
acarician mi espalda
y proyectan sobre el camino
de tierra compactada
mi propia sombra alargada.
La miro, fascinado,
y la sola idea de alcanzarla,
imprime a mis piernas
un extra de fuerza.
Me yergo sobre el sillín
y persigo la imagen gigante
de mi cuerpo
aplastado sobre el camino,
que se balancea,
acompasado y elástico,
a uno y otro lado
de la línea bisectriz de mi bicicleta.
Un golpe de pedal,
otro,
uno y otro más, ...
a mi alcance está,
ahora la rebaso,
justo cuando el sol,
detrás de mí,
desaparece.
(Zorromono)
