Oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro (II)
Publicado: Mié Dic 15, 2010 9:03 am
La vida (a lomos de una moto)
No existe el tiempo
Las naranjas se pudren
en el frutero de la cocina
de puro aburrimiento.
La memoria se ahoga
en los agujeros negros
que van brotando
al rum rum de una vida sistemática.
Todo es concurrente y
no es necesaria la espera.
Ahora, ayer o mañana:
no hay diferencia.
Sólo el espacio,
quiméricamente,
parece afianzarse como tal.
Espacios repletos de encinas
sobre un manto verde.
Aromas nuevos
que se alzan desde la tierra
y vagan por el aire.
El balido de un puñado ovejas...
La espera no es necesaria.
La vida (a lomos de una moto ) fluye
y el presente es eterno.
No es necesario esperar
para habitar el mundo,
y soñarlo,
sin descanso,
hasta que la luz deje de asistirnos.
Incluso cuando ya no esté aquella otra
que ilumina nuestras noches
justo al lado de la almohada.
No es necesario esperar para
oler el aire y sus matices,
ver con desacostumbrados ojos el espacio
y sus entrañas,
acariciar el apacible musgo
con la punta de los dedos
y tocar el agua,
emborrachar los oídos con el eco de los vientos
y seguir su rastro,
invisible,
por donde tiembla la hojarasca.
Inmóvil, pacífico, silencioso,
pero alerta,
con una rama de tomillo
o un tallo de hinojo
apenas apresado entre los labios.
(Zorromono)
No existe el tiempo
Las naranjas se pudren
en el frutero de la cocina
de puro aburrimiento.
La memoria se ahoga
en los agujeros negros
que van brotando
al rum rum de una vida sistemática.
Todo es concurrente y
no es necesaria la espera.
Ahora, ayer o mañana:
no hay diferencia.
Sólo el espacio,
quiméricamente,
parece afianzarse como tal.
Espacios repletos de encinas
sobre un manto verde.
Aromas nuevos
que se alzan desde la tierra
y vagan por el aire.
El balido de un puñado ovejas...
La espera no es necesaria.
La vida (a lomos de una moto ) fluye
y el presente es eterno.
No es necesario esperar
para habitar el mundo,
y soñarlo,
sin descanso,
hasta que la luz deje de asistirnos.
Incluso cuando ya no esté aquella otra
que ilumina nuestras noches
justo al lado de la almohada.
No es necesario esperar para
oler el aire y sus matices,
ver con desacostumbrados ojos el espacio
y sus entrañas,
acariciar el apacible musgo
con la punta de los dedos
y tocar el agua,
emborrachar los oídos con el eco de los vientos
y seguir su rastro,
invisible,
por donde tiembla la hojarasca.
Inmóvil, pacífico, silencioso,
pero alerta,
con una rama de tomillo
o un tallo de hinojo
apenas apresado entre los labios.
(Zorromono)