Ayer me caí de mi Venox por primera vez desde que la compré, hace más de dos años.
Sucedió así:
Llovía en Zaragoza - no mucho - por la tarde. Yo llegaba a casa con ganas de tumbarme después de una larga jornada de trabajo. Y vaya si me tumbé.
La entrada de mi garaje está protegida por una de esas puertas metálicas que se cierran automáticamente después de cierto tiempo. Cuando llegué me la encontré abierta, de modo que decidí aprovechar la situación y empecé a bajar inmediatamente la rampa, mojada y resbaladiza. Mala decisión: en cuanto puse la rueda delantera en la rampa, la puerta empezó a cerrarse.
La puerta no parecía detectar mi presencia y la muy perra seguía cerrándose. No tuve más remedio que frenar. Como sabréis, frenar cuesta abajo en una rampa mojada no es nada recomendable: me resbalaron las dos ruedas, la moto se desequilibró, la rueda trasera se deslizó hacia la izquierda, la máquina cayó al suelo y yo - por solidaridad y empatía - también caí. Acaricié el suelo con la rodilla y con la mano derecha. Afortunadamente, no me hice daño.
Se dobló la defensa derecha de la moto. Curioso, las defensas parecían más sólidas. Me ha decepcionado que se doblara con una caída prácticamente en parado. También se raspó levemente el tubo de escape y se dobló el retrovisor, nada serio.
Cuando la moto y yo estábamos en el suelo - entonces sí - el avanzado sistema de reconocimiento óptico e inteligencia artificial de la maldita puerta detectó nuestra presencia y se abrió de nuevo. Cojonuda la puerta, si señor.
Resulta paradójico (léase ridículo) que yo, que utilizo la moto todos los días para ir al trabajo y hago escapadas por carretera secundaria algunos fines de semana, me la haya dado precisamente en la entrada del garaje de mi casa. Manda narices, ¿verdad?
En fin, se dice que hay dos clases de moteros: los que se han caído y los que se van a caer. Bueno, ahora pertenezco al primer grupo.
Saludos.







