Caminaba entre huesos. Restos secos de otros que antes habían intentado vencer la maldición de aquel lugar que apestaba a muerte y podredumbre. Ya podía ver al menos tres enemigos empuñando sus herrumbrosas espadas y hachas. Guardianes incorruptibles del templo. Siempre vigilantes con sus cuencas vacías, sin carne, animados por la magia negra del espíritu de su dueño. Empuñó con fuerza el mandoble, preparado para la primera acometida. Tomo aire, alzo su arma por encima de su cabeza y profirió un grito que hizo temblar los muros de la hedionda catacumba: “Mago negro, álzate y lucha. Yo te desafío! AAAAAAh!!!”
