Lo supe muy tarde, demasiado tarde. Fue en una fiesta, una de esas noches de alcohol cuando las lenguas se desatan y la verdad sale a flote. Estaba con su marido, pero se apartó de él y hablamos un rato. "Fuiste mi amor platónico" me dijo,"me parecías tan inteligente, y yo me consideraba tan tonta que nunca me acerqué a tí porque temía no estar a tu altura". Me quedé como un gilipollas pero acerté a decirle: "fuiste mi amor platónico, me gustabas tanto, eras tan guapa y yo tan tímido y falto de atractivo que nunca me acerqué a ti porque creí no merecerte".
Ahora, siempre que te veo, recuerdo esta escena y me torturo con ella. Y puesto que a tus ojos yo era como un Arthur Miller y para los mios tú estabas tan buena como Marilyn Monroe, no sabes como envidio la suerte que tuvieron ambos y cómo lamento mi inteligencia y tu estupidez, o mejor , para ser por una vez honesto conmigo mismo, cómo lamento mi estupidez y cómo añoro tu serena belleza.
Más que amigos eran camaradas, de los que se echaban el brazo por encima del hombro. Entonces, para no tropezar, acompasaban los movimientos de sus zancadas y en el balanceo, sus bolsillos, repletos de canicas de cristal, preciado botín arrebatado a sus enemigos en la reciente batalla, chocaban entre sí en un constante tintineo que les recordaba permanentemente su victoria y dibujaba una luminosa sonrisa en sus bocas infantiles. Así, entrelazados, rebosantes de gloria, caminaban hacia el futuro silbando una canción.
La puerta se cerraba, así que apreté el paso y conseguí meter la punta del zapato en el ascensor. Silenciosamente (era un elevador Thyssen de última generación) la plancha metálica comenzó a abrirse y allí estaba el tipo, de espaldas, muy pegado al espejo, mirándose el rostro. Cuando le saludé se sobresaltó, giró rápidamente el cuerpo hacia mi posición y me devolvió, alterado, el saludo. Pude observar como, visiblemente avergonzado, se le ponía la cara roja. Además, el tío era feo de cojones, lo que sin duda, deduje, acentuaba su nerviosismo. Sentí de lleno su fragilidad, su desamparo, o su culpa, como si el propio espejo donde hacía un momento se miraba le hubiera dejado desnudo ante mí o hubiera puesto de manifiesto su fealdad. Sin decir ni mú iniciamos el ascenso. El feo de cojones se bajó en la 2ª planta. Yo continué hasta la 4ª. Tengo tiempo, pensé feliz. Cuando estuve solo me giré, me atusé el pelo y observé complacido mi cara en el espejo.